Del Matrimonio:
Para algunos es la mejor forma de manifestar su amor. Pero hay que tener cuidado, porque los matrimonios sustentados en un “amor de poeta”, son peligrosos para ese tipo de amor y nefastos para la convivencia en el futuro.
El matrimonio es en el fondo de una cercanía impuesta entre dos personas para compartir una vida en común, donde toman vigencia un mar de exigencias sociales y obligaciones recíprocas que poco o nada tienen que ver con el amor, pues la única función que cumple el amor durante el matrimonio, es el de alivianar el peso durante un tortuoso camino, mientras se van compatriendo los costos.
Ahora bien, esta imposición proviene por lo general de dos orígenes distintos. De la mujer o de la sociedad. Excepcionalmente a estas presiones, existen dos momentos en la vida del hombre, en el que este sí desea casarse.
Como lo habíamos señalado en el post anterior, es la mujer la que seduce asumiendo generalmente el rol de seducida. En ese sentido, el hecho que haya matrimonios es la mejor prueba de que la mujer tiene mayores recursos mentales que los hombres. Y esto último no es una frase soltada al azar. De hecho, desde el punto de vista biologista, el hombre sólo siente deseos de contraer matrimonio por su propia voluntad, libre de cualquier tipo de presión femenina o social, en dos momentos de su vida: a los 21 y a los 28. Pero cuidado, cuando se habla de estas edades, se está haciendo alusión al grado de madurez mental alcanzada, no a la edad cronológica. Es decir, que estamos hablando de un hombre de 21 con la madurez correspondiente a su edad, de un hombre de 28 en la misma situación o de un hombre de diferente edad pero con la madurez mental de 21 o 28 años.
Los motivos que sostienen que estas dos edades (21 y 28) son en los únicos momentos en que el hombre se quiere casar por su voluntad, no son ajenos a los ojos de cualquier buen observador. Cuando uno alcanza la madurez mental de 21 años, el hombre, como consecuencia de su “volatilidad” hormonal, llega a su máxima capacidad romántica (poéticamente hablando), con una intensidad que no volverá a ser alcanzada en el resto de su vida… ¡el joven de 21 está mas ciego que nunca! Por eso no es raro notar que muchos de los grandes poetas de la historia tuvieron una gran producción literaria en los primeros años de su segunda década de vida.
Por su lado, el hombre de 28 desea casarse como consecuencia de una experiencia personal pasada, generada en su fuero interno. A los 27, el hombre empieza a sentir el despertar de su cuestionamiento existencial, y comienza a plantearse objetivos que le permitan trascender en el tiempo: “tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro”. En ese contexto es que generalmente, ya para los 28 años (un año luego de semejante preocupación existencial) el hombre toma la decisión de casarse.
Lo señalado puede confrontarse, de manera sencilla con hechos. Notemos como antiguamente los matrimonios se producían cuando el hombre alcanzaba los 20 ó 21 años de edad, mientras que en los tiempos más actuales, el matrimonio es más común justo antes de cumplir los 30 años.
Fuera de estos dos momentos, el hombre no siente verdaderos deseos de contraer matrimonio. Lo cual no implica que no se case. No es raro que se produzcan matrimonios cuando el hombre no tiene ni 21 ni 28. Pero eso no quiere decir que lo haga de manera libre. Probablemente sienta algún remoto deseo de casarse, pero definitivamente no es determinante y solo por si él fuera (en su intimidad más profunda y secreta), decidiría no se casarse. No obstante, lo termina haciendo porque la novia con la que ya lleva más de tres, cuatro o cinco años (y en algunos casos más) empieza a exigir la consolidación final de la relación. Igual pasa con la familia, tanto la de él como la de ella, así como con los amigos: “¿Cuánto tiempo llevan juntos?” y “¿Cuándo se casan?” son frases que suelen ir juntas, y que debe afrontar en forma recurrente un presionado novio.
Por último, otro "motivo" (¿excusa?) que recibe el hombre para contraer matrimonio, es el del temor. Temor a la soledad, básicamente. En ese sentido los matrimonios entre ancianos son una posibilidad vigente, y en ese mismo orden de ideas, los divorcios entre ancianos son casi inexistentes.
Finalmente, el hombre sucumbe y acepta su condena (eso sí, siempre con muy buena cara, que no necesariamente conservará por el resto de sus días). Los que pudieron escapar a esa situación, ya sea porque no tuvieron nadie con quien casarse a los 21 o a los 28, o porque nunca llegaron a sentir la presión femenina o la presión social del deber matrimonial, pueden tener la dicha de permanecer solteros.
Sin embargo, se presenta un nuevo tipo de presión, también social, pero con distintas característica. Y es que “soltero maduro maricón seguro” empieza a resonar fuertemente en la cabeza del soltero cuarentón que se siente incómodo al sentir la punta del dedo índice, de quienes lo rodean, dirigido hacia él. Para evitar esta molestia, el hombre prefiere también casarse y enterrar cualquier sospecha.
Pero la relación del solterón con la homosexualidad, no sólo es ficticia, sino que en muchos casos por tratar de evitarla, genera hipocresía. Oficialmente no existen estadísticas al respecto, pero sí existen estudios (a nivel de tesis, papers o investigaciones particulares) que muestran un dato que contradice lo que usualmente se cree sobre este tema: existe un mayor porcentaje de homosexuales casados con mujeres, que de homosexuales solterones. Lo cual indica que la presión social que tiene que resistir el “soltero maduro” es tan fuerte que los homosexuales prefieren casarse antes que ser señalados. Y aquí la pegunta: ¿qué es más honesto? ¿Un heterosexual que permaneció soltero por convicción, o un homosexual que se casa con una mujer para evitar comentarios?
Hasta aquí hemos demostrado pues, como es que el hombre se casa sin querer hacerlo. A menos que se trate de una ceguera propia de los 21 años o de una necesidad de trascendencia existencial a los 28, o de un escudo frente al temor; el hombre siempre se casa porque la mujer lo decide con el apoyo de la sociedad en la que viven.
Ahora bien, si vemos con mayor detalle el tema, notaremos que casarse por cuestiones hormonales (21 años), no es una buena decisión, sino más bien una majadería. Este es el único caso en que el hombre se casa buscando el matrimonio como fin, pero definitivamente su decisión no libre pues nadie es capaz de tomar una decisión libremente cuando está cegado mentalmente .
El decidir casarse por un cuestionamiento existencial (28 años), tampoco es exactamente un “deseo” libre por contraer nupcias, sino más bien un trámite necesario que la sociedad impone para conseguir alcanzar el fin, que es otro muy distinto al matrimonio en sí mismo (la trascendencia).
El casarse por miedo a la soledad, tampoco es un “deseo libre por el matrimonio”, sino por alcanzar la vía idónea para no quedar abandonado (que es el objetivo final).
El casarse por miedo a la soledad, tampoco es un “deseo libre por el matrimonio”, sino por alcanzar la vía idónea para no quedar abandonado (que es el objetivo final).
Como vemos, sin una verdadera voluntad matrimonial por parte del hombre, la felicidad conyugal está en la cima de una peligrosa montaña cuya pendiente en muy pronunciada y resbaladiza. Y pocas veces se logra alcanzar. Cuando el novio ganó la batalla y conquista a su novia, comienza la verdadera guerra que consiste en hacer feliz a la esposa.
No hay matrimonio sin muchos “peros”. Un marido por más bueno que sea jamás alcanzará la perfección y la mujer es un enigma que no se explica hasta después del matrimonio, cuando entenderla es como descifrar el idioma de las aves: o por intuición o de ninguna manera. Con estas diferencias entre uno y otro el matrimonio siempre estará envuelto en discusiones propiciadas por el normal desenvolvimiento de la convivencia. Pero una discusión conyugal es la metodología más eficiente para aprender la virtud de la paciencia, y el ejercicio del matrimonio agudiza la capacidad humana de mantenerla, llegándola a acercarla a la de un santo.
El matrimonio es mucho sacrificio. Sacrificar los objetivos personales a cambio de los objetivos conjuntos. Todo el plan de vida que en forma individual uno de los cónyuges (o ambos) habían desarrollados, se van a ver necesariamente trastocados.
El matrimonio es mucho sacrificio. Sacrificar los objetivos personales a cambio de los objetivos conjuntos. Todo el plan de vida que en forma individual uno de los cónyuges (o ambos) habían desarrollados, se van a ver necesariamente trastocados.
Se tiene que entender que luego de la ceremonia, el matrimonio no está “ya hecho” o “terminado”, pues se encuentra en constante creación y desarrollo. Así como puede mejorar, puede empeorar, si no se le presta la atención debida a este compromiso. Para que resulte, debe ser primero que nada voluntario. El matrimonio es como una cadena a la que no debe someterse un corazón por la fuerza. Además se debe permitir que haya espacios en su cercanía, para que así, los vientos del cielo bailen entre ambos y los refresquen. Debe existir un verdadero amor (no una ilusión), pero no se debe hacer de este una atadura. Se deben apoyar a cada instante, deben llenarse uno al otro sus copas de vino, pero no tomar de la misma. Deben cantar y bailar juntos, pero cada uno independientemente. Deben entregar todo su corazón, pero no para que el otro sea su propietario. Deben estar juntos pero no demasiado: así como dos pilares pueden sostener un templo gracias a una razonable distancia, los esposos podrán sostener una vida si andan juntos pero no encadenados el uno al otro.
Es claro que no todo será color de rosa. Pero cuando los colores se alejen mucho de esta tonalidad, hay que encontrar la manera de pintar las cosas nuevamente. Por ejemplo, el matrimonio conllevará necesariamente a la pérdida de la juventud, pero esto no debe ser visto como una desdicha, pues la satisfacción radica en envejecer juntos.
Al final, casarse o no, igual será motivo de arrepentimientos. Pero, aunque el matrimonio proporcione demasiados fastidios, la soltería jamás podrá proporcionar ningún elevado placer.
La palabra “matrimonio” proviene de las voces latinas “matri” que significa madre y “munus” que significa oficio. Por lo tanto, etimológicamente hablando, podemos definir al matrimonio como el “oficio de ser madre” (entendiéndose como tal tanto a madre como a padre). De lo anterior, se deduce que un matrimonio se consolida más fácilmente cuando hay niños de por medio. Esto también puede ayudar a evitar, por lo menos en los primeros años de vida de los hijos, corrosiones en la relación matrimonial.
Ahora que sabes esto, ¿te casarías?
Ahora que sabes esto, ¿te casarías?
lo que tu llamas "una necesidad de trascendencia existencial a los 28" yo lo llamo: LA CRISIS DE LOS 30! jaja
ResponderEliminarsi los hombres se casan por todos los motivos allí descritos, las mujeres por qué se casan? por un tema meramente social, por qué no hay mujero que no quiera casarse o hay alguna razón "científica" también?