Ya pasaron 92 años desde que nací. Y hace dos días me
visitó Emilio, mi primer bisnieto de 2 años. De solo verlo me da pereza pensar
en todo lo que le falta aún por vivir. Su padre, mi nieto, Antonio tiene 25 y
está felizmente casado con María Paz una buena chica que, como siempre, está en
la cocina colaborando con las demás mujeres de la familia. Esperando que
sirvieran el almuerzo, jugábamos ‘cachito’ y Antonio comentaba, babeante, las
anecdóticas curiosidades del pequeño Emilio. Solo interrumpía sus historias con
desafiantes frases altisonantes propias del juego. “¡PORTATE NEGRA… SACALAS TODAS! ¡AJA! CINCO ZAMBAS EN DOS… ¡JA! A ver
pues hermanito supera esto”. Su euforia contrastaba con la frugalidad de Fernando,
su hermano mayor que a sus 28 todavía le decíamos Fernandito. Fernando había
fracasado en dos matrimonios y parecía no tener idea de cómo elegir a sus
mujeres pues la noche anterior su novia de tres años y medio, lo había terminado.
Y como si eso fuera poco, ahora el azar lo había puesto en la difícil situación
de tener que conseguir, en escasos dos tiros, cinco ases, o someterse a las
burlas del resto de nosotros.
Sin titubear y con la elegante habilidad aprendida de
su padre, Fernandito introdujo los dados en el cubilete con la misma mano que
lo sostenía. Lo agitó con dos firmes giros de muñeca. Golpeó la mesa una vez y
escurrió con sutileza el viejo vaso de cuero marrón oscuro que había cosido mi
padre muchos años atrás, para dejar rodar los dados sobre la mesa. Como por una
especie de regla de compensación divina, todos los dados estuvieron de acuerdo.
“¡OHHH CINCO ZAMBAS EN UNA! Buen comienzo
hermanito, pero recuerda que empatador pierde”. “Tranquilo Toñito, todavía no ha
llegado el día en que me ganes jugando 'Callao'…mira cómo ahora aparece 'el blanquito' que falta” y mientras escogía uno de
los seis dados que habían aparecido en ese tiro limpio, para transformarlo en un as, sentenciaba “ya sabes lo que
dicen: mala suerte en el amor, pero buena suerte en el juego”. “Es al revés hijo”, lo corrigió su padre.
“Ya Sergio, déjalo al muchacho en paz… y
tu huevón deja de hacer tanta pirueta y lanza los dados de una vez”,
intervine justo antes que dejara rodar el único dado que podía darle dignidad, o
en su defecto, terminar de enterrarlo. Para su suerte ocurrió lo primero. Pero
los cinco ases de Fernandito, y su sentido de victoria se desvanecieron cuarenta
y siete segundos más tarde cuando el llamado a la mesa retumbó en nuestros
oídos y afectó nuestros estómagos. El juego había concluido y con él, su
efímera ilusión de victoria.
Como todos los domingos por la tarde, hubo mucho vino
y al finalizar, bebimos una tasa del café recién pasado por Anabelle, mi hija
mayor. Alrededor de las 7:00 pm todos se habían ido, excepto Fernando. “¿Quieres tomar lonche Fernandito?”. “No abuelo, quiero conversar contigo”. Lo
noté conturbado. “Dime…”, pregunté. “Es que veo a Toñito y a mi papá tan felices
y me pregunto: por qué yo no puedo conseguir una buena mujer como ellos”. “¿Y ya les preguntaste cómo hicieron?”
Repliqué. “Sí. Pero sus respuestas no me
satisfacen. Mi papá me dice ‘en verdad nunca sabes cuál es la mujer con la
que te debes casar’ y Toño ‘simplemente
lo sabes… no puedo explicarlo, pero sientes algo que te hace entender que esa
es la mujer con la que te debes casar’.
El problema es que cómo puedo saber qué es ‘eso’ que se supone debería sentir. Yo creí sentirlo dos veces y me terminé
divorciando en ambas. Anoche Lucía terminó conmigo y felizmente lo hizo porque
yo ya tenía miedo…”. “¿Miedo de qué Fernandito?”
le pregunté preocupado. “Miedo de que lo
que sentía por ella. No sabía si era lo que se supone que debía sentir. Tal vez
papá tenga razón: realmente uno nunca lo sabe. Y si es así, ¿me debí ‘arrojar
a la piscina’ sin si quiera saber si es
que tenía agua? No quiero estrellarme por tercera vez contra las losetas del
fondo abuelo…”
Mientras hablaba, sentía sus palabras. Casi podía ver
el color de angustia en su voz, la incertidumbre de no saber qué le deparaba el
futuro y la frustración de no haber alcanzado aún la felicidad que siempre
añoró. Quise animarlo haciéndole notar que sus divorcios anteriores no debían
marcar la pauta de su futuro. “Todos
cometemos errores compadre”. Le cogí la mano con amor, traté de calmarlo,
lo miré directamente y proseguí. “Pero eso
no quiere decir que sea el fin del camino. Ni siquiera significa que así es
como la gente te va a recordar. Por ejemplo, sabías que el primer director del
FBI, J. Edgar
Hoover, era homosexual y tenía la más grande colección de pornografía de la
historia que
incluían imágenes de Frank Sinatra, Tony Curtis, Burt Lancaster, Elvis Presley,
Charlton Heston, entre otros. No solo para su placer personal, sino como una herramienta de
chantaje. ¿Y sabes cómo la consiguió? Pues en operaciones en las cuales
confiscó dicho material. ¿Y acaso alguien lo recuerda por eso? ¡No! Por el
contrario, en el curso del río Colorado, en la frontera entre los estados de
Arizona y Nevada ¡hay una presa gigante que lleva su nombre! Y que yo sepa, en
la Presa Hoover no se exhiben fotos de Sinatra calato”. Fernandito
sonrió. “Sí abuelo, pero yo he tratado de
buscar a la persona ideal. Alguien con quien compartamos los mismos objetivos.
Que tenga buenos sentimientos y que haga brotar lo mejor de mí, que me motive a
ser mejor. Alguien con quien nos podamos admirar mutuamente. Una persona que
pueda sostener una conversación interesante por horas sin aburrirnos y que cuando
los silencios nos sorprendan, no sean incómodos. Alguien que me pueda
entretener todos los días. Alguien con que podamos tener una saludable y
satisfactoria vida sexual. Estas son las características que busco en las
mujeres. Y en cada oportunidad, creí haberlas encontrado casi todas, pero al
parecer no fue suficiente.” “Lo que
tu dices es transcendental hijo. Esas características deben estar en la persona
que te acompaña el resto de tu vida. Y yo le agregaría una más: que te gusten
sus defectos. No me refiero a que se los celebres, pese a que te molestan. Sino
que esas imperfecciones, que evidentemente prefieres que no las tuviera, no
son un asunto que te afecten demasiado, como para causar problemas. Incluso algunas
veces puedes encontrar ternura en su existencia. ¡Eso es importantísimo! porque
cuando los defectos te disgustan al punto de odiarlos (que es lo normal) vas a
exigir un cambio y eso genera fricción en la pareja. Pero si tu pareja sabe que
tiene un defecto, que tu preferirías que no lo tuviere, intentará cambiarlo por
que te quiere y sin que tu se lo demandes con demasiada fuerza. Y mientras eso
ocurre, a ti te llegan hasta a agradar esos pequeños defectos. Así fue con tu
abuela hasta el día que nos dejó. Por eso la amé tanto y por tanto tiempo. Ella
amaba mis defectos y yo los fui corrigiendo con el tiempo. Y yo ame los suyos… Ah…
¡sus defectos!, tanto los físicos como los demás eran los más bellos defectos
de todos. Nunca me molestaron tanto, ¿sabes? ¡Y eso! que tenía algunos tan horribles
¡que ni ella misma los aguantaba! Pero cuando brotaban de su ser, eran como estar
frente a un mar picado: turbulento, desordenado y hasta desagradable; pero al
final del día, mar. ¡Tremendo océano azul lleno de vida submarina, era tu
abuela!”.
“Entonces abuelo, ¿me estas diciendo que no
he estado buscando bien, porque me concentré mucho en los defectos de mis
parejas?”. “No Fer. Lo que te digo es
que esas son las características que puedes buscar en una pareja ideal. Pero eso
no lo es todo. Primero, tienes que ser capaz de identificar el amor sin
confundirlo con la ilusión. Y luego debes decidir amar. Y si la persona cumple
con todas las características de las que acabamos de hablar, lo demás cae por
su propio peso”. “Pero ese es el gran
problema abuelo. ¿Cómo puedo identificar el amor?”. “Es sencillo y complejo a la vez. Estar enamorado es descubrirse
incompleto. Es sentirse insuficiente sin la otra persona. Así fue yo como
descubrí que amaba a tu abuela hace ya más de 60 años. Hasta antes que lo descubriera,
no me había sentido incompleto nunca y no lo sabía. Pero cuando lo noté, solo
quería pasar horas con ella. Me desesperaba por ir a visitarla y tenerla cerca
todo el tiempo. Si no había oportunidad en el día, buscaba un espacio para
verla, aunque sea por diez minutos. Y cada vez que estaba con ella, la
extrañaba porque sabía que era inminente que un pérfido ‘hasta luego’ nos alejara temporalmente. Así fue como
supe que quería pasar el resto de mi vida con ella. Pero debes tener cuidado
Fer. La ilusión es un lobo astuto que se disfraza con la piel de un cordero y
una vez que te confías, ataca tu corazón y lo destruye con su inseparable
aliada: la desilusión. Solamente si la ilusión vino acompañada del verdadero
amor, los ataques de la ilusión no serán capaces de dañar tu corazón.”
Un
largo silencio ocupó la sala y nos ensordeció. Yo miraba los ojos vidriosos de
mi nieto y no sabía qué más decirle, hasta que él mismo rompió en un sentido
llanto, casi silente, que descubrí detrás de sus ojos fuertemente cerrados, sus
dientes expuestos y su saliva incontrolada. Yo solo atine a abrazarlo con todas
mis fuerzas. Él se acurrucó en mí y escondió su hocico en mi cuello. “¿Sobre la ilusión ya me haz contado antes
no?” Dijo entre lágrimas y sonidos oscurecidos por el apretón contra mi
cuerpo. “¿Lo recuerdas?” Respondí
sorprendido. Entonces añadí, “eras muy
pequeño entonces, no pensé que me habías escuchado”. Entonces, metió la
mano en su bolsillo trasero, saco su gorda billetera llena de papeluchos y
chucherías que la mayoría de personas, incluyéndome, tildaría de ‘basura’. “Fernandito, estamos a puertas del Siglo XXII
y sigues utilizando una billetera y encima la llenas de papelitos. ¡Ni yo que
nací en el Siglo XIX, por Dios que anticuado! Además, sabes que es un delito el
uso indiscriminado de cuero y de papel, ¿no? Si un agente de la guardia
nacional te lo encuentra, te puedes meter en un serio problema”. Y mientras
me burlaba y lo incriminaba al mismo tiempo, él me interrumpió. “Ay abuelo, cómo se nota que dejaste de
ejercer como abogado antes que cambiara la legislación. La billetera es una
reliquia. De hecho era tuya, al igual que los papelitos…” Entonces, eligió
uno que estaba esmeradamente doblado y particularmente amarillento y, al tiempo
que lo abría le daba la estocada final a mi arrogancia “…felizmente decidiste dedicarte a tus propios negocios, porque como
abogado no hubieras llegado a ganar tanto dinero… ja, ja, ja”. “Touché”, le contesté derrotado pero sonriente.
Cuando
me entregó el papel, fue grande mi sorpresa al leerlo. Era lo que hacía muchos
años yo mismo había escrito sobre la diferencia entre el amor y la ilusión. Lo
había titulado “Del amor” (click aquí).
“¿Tus guardas estos papeles en tu
billetera? Pensé que se habían perdido”. “Son oro puro para mi, abuelo. Pero tus enseñanzas estaban incompletas
hasta nuestra conversación de hoy”. “No
digas eso Fer, que mi vejez me ha vuelto muy sensible. Me vas a hacer llorar.”
Fernandito rió y añadió “ahora me toca a
mí pues abuelo…” y ambos reímos juntos.
“Bueno Fernandito, si crees en lo que está escrito
en ese papel, puedes ser capaz de distinguir entre el verdadero amor y la
ilusión. Y si lo consigues, debes ser suficientemente determinado para pasar a
la segunda etapa en la cual vas a consolidar tu sentimiento. Debes tomar la
decisión de amar. Porque el acto de amar no es un sentimiento, es una decisión.
Un acto volitivo, no impulsivo.” No terminaba de decir esas palabras y mi
nieto empezó a desdoblar otros dos papelitos más. Los puso juntos, uno al lado
del otro, sobre la mesa de café. No podía distinguir lo que ellos decían así
que me puse mis gafas y vislumbré lo que desde años atrás no había visto: “Del matrimonio” (click aquí)
y “De la relación entre el amor y el matrimonio” (click aquí)
se podía leer en los encabezados de cada uno de ambos textos. “¿Los recuerdas, abuelo?”. “Sí”, balbuce emocionado. “Yo los escribí”, le dije. “Son las enseñanzas que dejaste para mí. Me
han sido muy útiles. Pero como te acabo de comentar, solo acaban de tener
sentido cuando los leo a la luz de lo que me cuentas hoy día. Dime abuelo, ¿crees
que pueda encontrar a mi media naranja?”. “Lo que debes saber mi querido Fer, es que no existe eso de la ‘media
naranja’. No es que haya una sola persona para ti en el mundo. Siempre puede
haber alguien mejor. Pero si tú haz decidido amar a una persona, pues deber
asumir ese compromiso y luchar pese a todo y contra todo. Ya si finalmente
fracasas en el intento, no podrás echarle la culpa a nadie. Sencillamente esa no
era la persona para ti y más bien era solo una laja más del camino que debes
seguir transitando, y su rol en tu vida era enseñarte alguna lección que
finalmente vas a poder aplicar cuando estés frente a tu último amor, pues no
volverás a cometer los mismos errores.”
Alce
la mirada y otra vez descubrí a mi nieto sollozando. “Tiene tanto por aprender aún”, pensé. “Ya hijo... Llora todo lo que quieras. Cuando llegue el momento, cuando estés
preparado, dejarás de hacerlo.” Le aconsejé. “Es que me apena muchísimo haber perdido a Lucía. Ella nunca me quiso…”.
“Entonces…” le sugerí, “…no la haz perdido. No puedes perder lo que
nunca tuviste. Si no tuviste su amor, no puedes perderlo.” Mi razonamiento
sonaba lógico, y estaba seguro que el ‘pequeño’ Fer no podía rebatirlo. “Abuelo, me hubiera gustado no quererla nada.
Pero no tengo control sobre mis sentimientos. Es cierto que no se puede perder
lo que no se tiene, pero desde el momento en que ella invadió mi corazón y se
apoderó de mi alma, ella fue quien me tuvo a mí. Tal vez no me quiso como su
mayor posesión, pero sí fui suyo. Ella no lo quiso creer nunca. Pero estuve
dispuesto a dejarlo todo por ella. Incluso, creo que en algún punto, sí me
descubrí incompleto sin ella. Pero Lucía siempre quiso pensar lo peor de mi. No
se por qué ni para qué. Lo único que sé ahora, es que cuando un invasor se
retira, es el invadido quien lo pierde. Yo fui invadido por ella. Fue la
invasora más cruel que tuve y pese a que nunca la llegue tener, cuando se fue,
la perdí. Y sabes qué abuelo, todos los días agradeceré haber sido invadido y
abandonado por esa mujer. Porque lo que me ha dejado su invasión, lo que me ha
enseñado en términos de amor, vale más que el daño que me seguirá generando su
partida.”
Observé a Fernandito en sus ojos y pude ver
reflejada su propia alma limpia y buena, pero ennegrecida por el dolor más
miserable que podía existir. Y a mis 92 años, tuve que aceptar que mi pequeño
nieto, también tenía algo nuevo que enseñarme.
Cuando solo sigas tu corazón encontrarás la verdadera felicidad, la mente es muy compleja y muchas veces es dificil encontrar una respuesta que te de la tranquilidad que muchas veces buscas, sin embargo tu corazón nunca te engaña, cuando aprendas a sentirlo serás feliz para siempre y ese amor solo morirá el día que tu corazón deje de latir.
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