“Fin”,
fue la última palabra que pronunció Fidel Castro en su discurso público, ante la
multitudinaria audiencia que acaparó los más de mil escaños ocupados por los
miembros del Comité del Partido Comunista y otros invitados. Quedaban cuatro
meses para que el líder histórico de la sempiterna Revolución Cubana, cumpliera
noventa años. Todos, incluyendo a Fidel, sabíamos que el día final tenía
que llegar. “Pronto deberé cumplir 90
años, nunca se me habría ocurrido tal idea y nunca fue fruto de un esfuerzo,
fue capricho del azar. Pronto seré ya como todos los demás, a todos nos llegará
nuestro turno, pero quedarán las ideas de los comunistas cubanos”, declaró.
Pero nadie sabía que el día “D” llegaría 3 meses y 12 días después de su
natalicio número noventa. "Tal vez
sea de las últimas veces que hable en esta sala", reconoció con
aires de despedida oficial y acertó.
Pero algo ya no era igual. Tenía un buen semblante,
pero estaba anciano, débil… inofensivo. Su barba canosa y la rala cabellera
larga con la que intentaba cubrir su cabeza, dejaban asomar una piel blanca que
contrastaba con la negra historia que ha de cargar en la pesada mochila que lastró
hasta su último día.
Ya no estábamos en 1962 cuando un joven y activo
idealista declamaba “¡Señor Kennedy,
señores imperialistas, señores títeres!, ¡socialismo es esto!; democracia,
verdadera democracia que representa los intereses del pueblo, ¡eso es el
socialismo! Y esta victoria, esta histórica victoria que a la patria cubana no
podrá nadie arrebatar, ¡esto es el socialismo! Y esta victoria, esta victoria
extraordinaria, ganada por nuestro pueblo en medio de bloqueos y de agresiones,
¡eso es socialismo; ese entusiasmo del pueblo, esa presencia de las masas, esa
firmeza de las masas, esa decisión y ese valor de las masas para combatir y
para defender la patria, eso es socialismo! ¡Esa capacidad de crear, ese
sacrificio, esa generosidad de unos hacia otros, esa hermandad que hoy reina en
nuestro pueblo, eso es socialismo! Y
esa esperanza, esa gran esperanza de mañana, ¡eso es socialismo!, y por eso
¡somos socialistas!, y por eso, ¡seremos siempre socialistas!, ¡por eso somos
marxista-leninistas!, ¡y por eso seremos siempre marxista-leninistas! ¡Y por
eso no son los dirigentes, es el pueblo, son las masas las que levantamos la
mano y decimos y repetimos que somos y seremos marxista-leninistas! ¿No quiere
socialismo el imperialismo? ¡Pues bien, le daremos tres tazas de socialismo!”.
Aquel Castro que era interrumpido constantemente por los aplausos y ovaciones
del gentío reunido en la Plaza de la Revolución, en La Habana; ya no existía
más.

“Tal vez sea
de las últimas veces que hable en esta sala. He votado por todos los candidatos
sometidos a consulta por el Congreso y agradezco la invitación y el honor de
escucharme. Los felicito a todos, y en primer lugar, al compañero Raúl Castro
por su magnífico esfuerzo”. Este fue el espaldarazo público que el líder comunista,
que detentó el poder absoluto en Cuba desde 1965 y hasta 2011, concedió a la labor
de su hermano en los últimos 10 años (los primeros cinco de manera provisional).
Ello pese a las flagrantes diferencias que el ejercicio de mando, marcó entre
ambos. Bajo el régimen del, no mucho menos longevo Raúl, el “modelo castrista”
se intentó actualizar. Tras más de medio siglo, las relaciones diplomáticas
entre Estados Unidos y Cuba se reanudaron, se eliminaron los costosos y
enrevesados requisitos de viaje y se autorizó a los cubanos a irse legalmente hasta
por dos años sin perder sus bienes o residencia. Se amplió y flexibilizó el
trabajo privado y hoy en día el 10% de una fuerza laboral cubana trabaja por
cuenta propia. Tras 48 años de gobierno, el límite de permanencia en el cargo,
fue recortado dos mandatos de cinco años (Raúl ya anunció que dejará el poder
en 2018). Se reformó la legislación para incentivar las inversiones, se inauguró
el mega puerto del Mariel (a 45 km al oeste de La Habana) y una zona franca destinada
a convertirse en el principal polo industrial de Cuba. Se logró re negociar la deuda
cubana con 14 países del Club de París, Rusia y México. Se autorizó la compraventa
de autos y viviendas, contribuyendo al desarrollo de pequeños negocios y los niveles
de conectividad a Internet han mejorado.
“Querido pueblo de Cuba: Con profundo dolor comparezco para informar a nuestro pueblo, a los amigos de nuestra América y del mundo que hoy, 25 de noviembre de 2016, a las 10:29 de la noche falleció el comandante en jefe de la Revolución cubana, Fidel Castro Ruz.”, anunció con voz temblorosa y conmocionado, el mandatario Raúl Castro en una alocución oficial transmitida en la televisión estatal.
Y a continuación, el globo polarizó. Algunos, como Maradona, cuentan que la noticia los hizo llorar. Otros, han salido a celebrar por las calles de Miami. No faltan los políticos trasnochados de izquierda que sollozan por el socialismo y aquellos otros que con diplomática austeridad ofrecen sus condolencias. Las redes sociales ya rebosan de opiniones, memes, frases grandilocuentes, insultos, bromas y chistes; y, algunos grupos de Whatsapp fomentan encarnizadas discusiones sobre el particular. Aquellos que han leído mis Post Cubanos (aquí)(aquí)(aquí) y otras Pichilonadas más, los que me conocen y comprenden porqué uso una media roja en el pie izquierdo y azul en el derecho; saben cuál es mi opinión sobre el socialismo y el comunismo. Utilizar esta entrada para redundar sobre ello, es extenderme aún más de lo que ya he hecho. Hacerlo sería fútil, pues el título que corona el texto es lo suficientemente revelador. Además, antes que la mía, vale más la opinión de esas familias afectadas por el régimen cubano.
El enfoque en esta oportunidad es ajeno al ámbito económico
o lo político. Mi aproximación a la materia se concentra esta vez, en la parte
humana. La melancolía con la que Fidel se despidió en su discurso abril de 2016,
y el reconocimiento de las acciones positivas de su hermano, que él nunca quiso
(¿o pudo?) tomar, me impulsan a pensar en algo. ¿Fidel se habrá arrepentido? La
pobreza y el atraso que dejó en Cuba es innegable (ver "La Habana es fea (o no tanto)"). ¿Por qué nunca viró el timón
un poco hacia la derecha, como lo hizo Raúl? ¿Qué historia se esconderá detrás,
que le haya impedido hacerlo, pero le permitió celebrarlo? ¿Será que no podía reconocer
que se equivocó porque ello implicaría reconocer que todas las muertes, las batallas,
los discursos, las promesas y las medidas adoptadas a lo largo de un régimen
que se inició con la fuerza; fueron en vano? La promesa del idealismo comunista
nunca fue conocida por Fidel, por el Che Guevara, o por Camilo Cienfuegos. Y
probablemente tampoco será conocida por Raúl o cualquier otro poblador actual comunista
de la tierra. Ayer, sin contar con sustento para afirmar lo contrario, partió de
este mundo el gobernante más paradigmático del comunismo de finales del Siglo
XX e inicios del XXI, justo durante el Black Friday. El hecho de haber fenecido
un el mismo día que se vestía de luto el viernes más destacado del capitalismo moderno,
¿es un castigo divino o mensaje sobrenatural? ¿Hemos sido testigos de una hazaña
de humor negro deparada por el destino, o de un serio recado proveniente del
extra mundo? Tal vez no sea ni una ni otra, sino solo una triste coincidencia
que me hace considerar que Fidel murió con el corazón vacío, desolado y
decepcionado de su propia vida. Traicionado por sí mismo, pues en su afán de alcanzar
los valores y beneficios que propugnaba para su población, terminó por espantarlos
de su país a punta de decisiones controlistas que oprimieron las libertades individuales
del pueblo cubano… A diez años de cumplir los cien, el icónico Fidel no podía
reconocer que, en el balance general, su vida había sido insulsa, vacía…
perjudicial.
Yo no celebró la muerte de Fidel ni de nadie. Ni de
mi peor enemigo. Pero tampoco me entristece la muerte de un dictador extranjero.
Lo que me acongoja, es la trágica extinción de un viejecito que con destellos
de lucidez, abandona nuestro mundo luego de décadas de una lucha que finalmente
perdió. Todos merecen dormir y descansar en paz. Ningún ser humano debería morir
pensando que su vida fue un desperdicio. Esa sí que es la verdadera muerte,
desperdiciar la vida…