Ya sé lo que deben estar preguntándose: ¿qué autoridad
tiene este pobre sudaca para comentar sobre la salida del Reino Unido de Gran Bretaña e Irlanda del Norte (RU) de la
Unión Europea (UE)? La respuesta es simple: ninguna. No soy experto en nada,
ni pretendo serlo.
Hoy en día, bajo el infranqueable manto de la “libertad
de opinión”, el Facebook abrió la ventana a través de la que cualquier lego difunde
comentarios políticos. Algunos de ellos interesantes, pero la mayoría carentes
de sustento ajeno al nutrido por los medios de comunicación (que por lo
general, es información básica y muchas veces distorsionada). La mayor prueba
de dicha falta de tecnicismo, se puede encontrar en ese el mar de post
contaminantes que inundaron nuestros muros en la reciente época electoral. Casi
todos sus autores (por lo general, caviares in, pulpines ansiosos de protagonismo
o hipsters confundidos) alegaron “libertad de opinión”, cuando en realidad ejercían su libertad de expresión”, sin siquiera percatarse de que ambos son
conceptos distintos.
Bueno pues, yo también me creo capaz de formar en
mi fuero interno una opinión, y de exteriorizarla ejerciendo mi libertad de
expresión. Igualmente, tengo cuentas en redes sociales como Facebook y Twitter.
Pero además, cuento con este blog, que trato de llenar con contenidos que se
vinculen (directa o indirectamente) con el concepto libertad.
Debo confesar que no pretendía escribir nada acerca
del Brexit. Pero me sentí obligado a hacerlo por consistencia conmigo mismo.
En el año 2010 escribí algo muy corto sobre la crisis (κρίση)
Griega (aquí) que cuando se agudizó en el 2012 se puso de moda el término Grexit para referirse
a la posible salida (exit) de dicho país de la UE. Es así que, en la época actual, en la que se ha
acuñado bajo la misma lógica la expresión Brexit (Britain+Exit), no me queda más remedio que escribir este post. Y es que cuando el 23 de junio de 2016, el 51,90% de los votantes pertenecientes a una de las culturas más libres y progresistas y con mayor trascendencia histórica en el desarrollo cultural, filosófico, democrático, artístico, político, tecnológico, etc. de la humanidad, decidieron libremente darle forma de realidad a lo que parecía ser solo una expresión conceptual; el mundo se tambaleó y algo hay que decir... ¡Así que, lo siento y ahora se aguantan!
Pero como no quiero que se me identifique como uno
de esos típico alienados limeños que en su afán de protagonismo quieren aparentar
ser versados en cualquier materia, la opinión que plasmo a continuación, la
planteo desde el particular punto de vista de un peruano cualquiera, como yo. Opiniones de expertos en política comercial, financiera o tratados internacionales, sobran; y, los análisis políticos e internacionales es lo que más se puede encontrar en la web. En nada de eso me pretendo inmiscuir. Yo solo, mi limito a sentenciar, desde mi óptica personal, que en “no solo en el Perú, se cuecen habas”.
La votación ha sido muy pareja, pero más de la
mitad de británicos ha demostrado que incluso en las democracias más maduras, el voto es, antes que racional,
emocional. Un voto racional, como el asentado en Londres, Escocia e Irlanda del Norte, se hubiera inclinado a favor del Bremain (Britain+Remain),
pero fueron las falacias de la problemática de inmigración y de la soberanía nacional y
el retrógrada orgullo del carácter británico insular diferenciado del resto de
Europa, lo que pesó más en el resto de Inglaterra y Gales. Así, el 75% de los jóvenes de entre 18 y 24 años de edad que racionalmente votaron a favor de los beneficios laborales y de estudio que les permitía la integración comunitaria, no fueron suficientes para derrotar a la gran mayoría de población con edad avanzada que percibe que la mayor amenaza al status quo, proviene del extranjero.
Esta es una forma de ver el asunto. La otra tiene que ver con la coherencia del pueblo británico con la democracia y la libertad. Aunque mucho más sofisticada que la comentada en el párrafo anterior, no deja de ser una racionalidad, pero ciertamente más lejana: una meta-racionalidad. En la estructura orgánica de la UE el mayor peso específico lo ostenta la Comisión Europea. Es una de las principales instituciones de la Unión e impulsora de la política comunitaria. Una suerte de super-ejecutivo que, así como lo hace el Parlamento Europeo, también legisla (con tendencia socialista). No obstante, a diferencia del Parlamento Europeo, los funcionarios miembros de la Comisión Europea (comisarios) son designados (uno por cada país de la UE) y no electos por ningún ciudadano europeo. Es lógico pues que un pueblo como británico, cree en la democracia y en la libertad, va a tender a rechazar cualquier tipo de gobierno que no sea elegido por el pueblo y menos aún si es de corte socialista. Bajo este segundo punto de vista, aunque aparentaría ser emocional, la votación a favor del Brexit sí sería racional (o meta-racional, si se quiere) en el fondo. De hecho, podría hasta calificarse como la victoria más importante del liberalismo frente al socialismo, desde 1989 en que cayó el Muro de Berlín.
La confianza de los políticos británicos y del mundo entero, en el voto que se asume racional (desde el primer punto de vista) de una de las democracias modernas, más antiguas, desarrolladas y solventes de la historia, fue traicionada por la realidad. En particular, dicha confianza frustró las expectativas del Primer Ministro, David Cameron, quien confiado en que RU jamás se retiraría de la UE, prometió celebrar un plebiscito (impropiamente llamado referendo, que técnicamente es aplicable cuando se discute la aprobación de una norma) si ganaba las elecciones parlamentarias de 2015. Esto porque durante su campaña había sido capaz de identificar el clamor popular que desde hace un año imperaba: la cifra de 51% a favor de Brexit ya existía desde entonces. Por eso, el mismo día que se conoció el triunfo del Brexit, anunció su dimisión al cargo con efecto cerca del mes de octubre. Esta misma tranquilidad que hasta antes del pasado jueves existía, parecía asentarse más con el asesinato de la diputada laborista Jo Cox mientras hacía campaña por el Bremain. Se cometió el peor y más viejo error de cualquier contienda: exceso de confianza.
Esta es una forma de ver el asunto. La otra tiene que ver con la coherencia del pueblo británico con la democracia y la libertad. Aunque mucho más sofisticada que la comentada en el párrafo anterior, no deja de ser una racionalidad, pero ciertamente más lejana: una meta-racionalidad. En la estructura orgánica de la UE el mayor peso específico lo ostenta la Comisión Europea. Es una de las principales instituciones de la Unión e impulsora de la política comunitaria. Una suerte de super-ejecutivo que, así como lo hace el Parlamento Europeo, también legisla (con tendencia socialista). No obstante, a diferencia del Parlamento Europeo, los funcionarios miembros de la Comisión Europea (comisarios) son designados (uno por cada país de la UE) y no electos por ningún ciudadano europeo. Es lógico pues que un pueblo como británico, cree en la democracia y en la libertad, va a tender a rechazar cualquier tipo de gobierno que no sea elegido por el pueblo y menos aún si es de corte socialista. Bajo este segundo punto de vista, aunque aparentaría ser emocional, la votación a favor del Brexit sí sería racional (o meta-racional, si se quiere) en el fondo. De hecho, podría hasta calificarse como la victoria más importante del liberalismo frente al socialismo, desde 1989 en que cayó el Muro de Berlín.
La confianza de los políticos británicos y del mundo entero, en el voto que se asume racional (desde el primer punto de vista) de una de las democracias modernas, más antiguas, desarrolladas y solventes de la historia, fue traicionada por la realidad. En particular, dicha confianza frustró las expectativas del Primer Ministro, David Cameron, quien confiado en que RU jamás se retiraría de la UE, prometió celebrar un plebiscito (impropiamente llamado referendo, que técnicamente es aplicable cuando se discute la aprobación de una norma) si ganaba las elecciones parlamentarias de 2015. Esto porque durante su campaña había sido capaz de identificar el clamor popular que desde hace un año imperaba: la cifra de 51% a favor de Brexit ya existía desde entonces. Por eso, el mismo día que se conoció el triunfo del Brexit, anunció su dimisión al cargo con efecto cerca del mes de octubre. Esta misma tranquilidad que hasta antes del pasado jueves existía, parecía asentarse más con el asesinato de la diputada laborista Jo Cox mientras hacía campaña por el Bremain. Se cometió el peor y más viejo error de cualquier contienda: exceso de confianza.
Por ello, después de la HISTÓRICA decisión (nuestros hijos la estudiarán en el colegio, estoy seguro), el
mundo occidental tembló. Las bolsas del mundo se desplomaron. Tokio, Hong Kong
y Sídney cayeron más de un 3%. El índice Dow Jones de la bolsa de Nueva York
bajó cerca de 3,4%. La sorpresa del resultado también causó estragos en la
Libra Esterlina que se derrumbó en más del 10% con respecto al Dólar y 7%
con respecto al Euro alcanzando su precio más bajo desde el remoto 1985. Como es lógico, el Euro también fue golpeado con la mayor caída desde su creación, llegando a perder un 3,3% con respecto al
Dólar. Pero esto no parece ser producto de otra cosa que de las natural especulación. Los inversionistas institucionales apostaron por el Bremain y con el resultado del Brexit, se empezó a vender "a lo loco" Libras y Euros y adquirir Dólares u oro. Lógicamente, a mayor oferta de Libras y Euros disponibles en el mercado, el precio tiende a bajar.
Quizás por eso, la noticia no ha sido recibida con extrema preocupación por parte de los organismos internacionales de corte técnico vinculados al comercio internacional, sino con moderada tranquilidad. Así lo muestra la neutral declaración del Fondo Monetario Internacional "Tomamos nota de la decisión del pueblo del Reino Unido (...) Seguiremos vigilando los desarrollos estrechamente y estamos listos para apoyar a nuestros (países) miembros en caso de necesidad" (Christine Lagarde, directora FMI); y, la sosegada manifestación de la Organización Mundial de Comercio "El pueblo británico se ha pronunciado. La OMC está dispuesta a trabajar con Reino Unido y la UE y a prestarles toda la ayuda posible" (Roberto Azevêdo, Director General de la OMC).
Quizás por eso, la noticia no ha sido recibida con extrema preocupación por parte de los organismos internacionales de corte técnico vinculados al comercio internacional, sino con moderada tranquilidad. Así lo muestra la neutral declaración del Fondo Monetario Internacional "Tomamos nota de la decisión del pueblo del Reino Unido (...) Seguiremos vigilando los desarrollos estrechamente y estamos listos para apoyar a nuestros (países) miembros en caso de necesidad" (Christine Lagarde, directora FMI); y, la sosegada manifestación de la Organización Mundial de Comercio "El pueblo británico se ha pronunciado. La OMC está dispuesta a trabajar con Reino Unido y la UE y a prestarles toda la ayuda posible" (Roberto Azevêdo, Director General de la OMC).
Pero, ¿a qué responde la aparente tranquilidad de estas
declaraciones? Técnicamente, el plebiscito no es vinculante para el gobierno
británico. De hecho, los parlamentarios podrían bloquear el Brexit. Pero este
no puede ser el motivo de la tranquilidad de los organismos técnicos antes
mencionados. Y es que desconocer el Brexit no parece ser una alternativa
viable. Una decisión en ese sentido, sería una irresponsabilidad política que
debilitaría las consolidadas instituciones británicas y el sentido propio de la
democracia, pues posterga la voluntad del pueblo expresada de manera directa en
las urnas y des-legitima sistema parlamentario como expresión democrática.
Tampoco
parece ser una opción democrática el segundo plebiscito que más de dos millones
de británicos vienen solicitando de la mano por el activista Oliver
Healy y que será debatido esta semana en el parlamento inglés. "Los firmantes pedimos al Gobierno que sancione una ley por la que se convoque un segundo referéndum si ninguna de las
opciones (permanencia o salida) llega al 60% de los votos con menos
de un 75% de participación", señala la petición que, al alegar falta de una mayoría calificada y al amparo del ausentismo electoral, pretende desconocer la libre decisión del pueblo que por convicción fue a votar un día de semana. La otra cara de la libertad es la responsabilidad. Si el elector decide libremente no votar, debe asumir la responsabilidad de su decisión y someterse al voto de la mayoría. Un resultado inesperado producto del exceso de confianza de los que dejaron de votar, no puede ser tomado como un sustento válido para desconocer el primer resultado. (Un dato curioso: como en la primera elección ganó el "NO", en Bolivia se discute sobre la posibilidad de realizar un segundo referéndum para modificar la Constitución y permitirle a Evo Morales postular a un cuarto mandato consecutivo. La razón sería que en la primera elección, el pueblo votó engañado).
La razón entonces, debe ser otra. Con el Brexit, RU no deja de ser miembro de la UE de forma automática. Para que ello ocurra se debe seguir un procedimiento específico
de denuncia del tratado, según el procedimiento previsto en el artículo 50° de la
Versión Consolidada del Tratado de la Unión Europea (Tratado de Lisboa). Para tal efecto, el “Estado miembro que decida retirarse
notificará su intención al Consejo Europeo. A la luz de las orientaciones del
Consejo Europeo, la Unión negociará y celebrará con ese Estado un acuerdo que
establecerá la forma de su retirada, teniendo en cuenta el marco de sus
relaciones futuras con la Unión”.
Por ahora no se sabe cuándo es que RU comunicará formalmente al Consejo Europeo su decisión de abandonar la UE. Mientras, tanto, los tratados europeos se siguen aplicando hasta que se cumplan dos años de la notificación a menos que los demás Estados decidan en forma unánime extender el plazo con el fin de alcanzar acuerdos mutuamente satisfactorios para RU y la UE. En ese contexto, algunas políticas seguirán rigiendo en RU, como la política agrícola común (artículo 38 a 47 del Tratado), la política comercial común (artículos 110 a 116 del Tratado) y la política común de transportes (artículo 74 a 84 Tratado). Por lo tanto, el impacto no será inmediato. Si luego de transcurrido el plazo, no hay acuerdo alguno, RU pasa a depender de las reglas de la OMC para comerciar con otros países.
Por ahora no se sabe cuándo es que RU comunicará formalmente al Consejo Europeo su decisión de abandonar la UE. Mientras, tanto, los tratados europeos se siguen aplicando hasta que se cumplan dos años de la notificación a menos que los demás Estados decidan en forma unánime extender el plazo con el fin de alcanzar acuerdos mutuamente satisfactorios para RU y la UE. En ese contexto, algunas políticas seguirán rigiendo en RU, como la política agrícola común (artículo 38 a 47 del Tratado), la política comercial común (artículos 110 a 116 del Tratado) y la política común de transportes (artículo 74 a 84 Tratado). Por lo tanto, el impacto no será inmediato. Si luego de transcurrido el plazo, no hay acuerdo alguno, RU pasa a depender de las reglas de la OMC para comerciar con otros países.
Asistimos hoy pues, a la antesala de un período de dos años (y tal vez más) de negociaciones entre RU y la UE. Es aquí donde el gobierno del RU deberá neutralizar los inesperados desenlaces del plebiscito convocado, y la comunidad internacional
podría encontrar la tranquilidad que necesita el futuro del comercio internacional
y el bienestar de los europeos en general (sean insulares o continentales).
Desde el punto de vista de la integración económica, existen
distintos acuerdos, según el nivel de intensidad. Un primer acercamiento puede
encontrarse con la reducción (no eliminación) de aranceles para algunos (no
todos) productos. Esta es la denominada Zona Preferencial de Comercio. Un nivel
más intenso de integración económica está representado por las Zonas de Libre Comercio
(por ejemplo los TLC) en donde se presenta una eliminación de aranceles y
reducción de trámites burocráticos para importar/exportar según los tratados de
Facilitación del Comercio. Mayor intensidad de acercamiento, brinda la Unión Aduanera.
Una suerte de Zona de Libre Comercio, que
además fija un Arancel Externo Común. Es decir, que todos los países miembros
del acuerdo cobran los mismos aranceles frente a otros países que no forman
parte del tratado. Un siguiente paso, es el Mercado Común, que es lo mismo que
la Unión Aduanera pero involucrando además la libre circulación de personas, capitales
y servicios. Más profundo aún es la Unión Monetaria, que no es otra cosa que un
Mercado Común en el cual circula una única moneda.
En estos últimos tramos se ubica la UE. Respecto de RU, el nivel de integración se quedó en Mercado Común, pues desde 1999 que se lanzó el Euro, RU nunca lo adoptó como moneda, pues no estaba dispuesto a asumir junto con Alemania y el Reino de los Países Bajos, por ejemplo, la carga de subsidiar la parte que le correspondía solventar por países como Grecia, España o Portugal.
En estos últimos tramos se ubica la UE. Respecto de RU, el nivel de integración se quedó en Mercado Común, pues desde 1999 que se lanzó el Euro, RU nunca lo adoptó como moneda, pues no estaba dispuesto a asumir junto con Alemania y el Reino de los Países Bajos, por ejemplo, la carga de subsidiar la parte que le correspondía solventar por países como Grecia, España o Portugal.
La economía de RU es lo suficientemente fuerte y su
salida lo suficientemente perjudicial, para brindar el gravitante peso de
negociación que le permita mantener
los beneficios del Mercado Común sin tener que aceptar el libre movimiento de
personas ni otras regulaciones. Y no debemos sorprendernos que esto resulte así. La historia ha mostrado que la relación entre la UE
y RU, ha sido como uno de esos matrimonios que languidecen de amor, pero que
exceden en mutua conveniencia: RU solo seguirá siendo un buen marido proveedor, mientras
que la UE cumpla con determinadas exigencias impuestas por el hombre de la
casa. Y es que la UE prefiere ser una esposa abnegada que goza de cierta seguridad
económica, que una pobretona divorciada abandonada a su suerte. Por su parte, RU sabe que en los tiempos modernos, es imperativo ser un hombre casado, pues la soledad dificulta.
RU se retira de la UE, pero otro tratado ha de suscribirse
entre ambas partes. Un tratado que políticamente le permita a RU alegar que ha
recuperado su soberanía y autonomía (conceptos que, por cierto, no se encuentran reñidos con
la integración económica) pero que mantenga los mismos beneficios de
un Mercado Común, pero sin incluir la
libre circulación de personas (o quizás sí, pero bajo otras condiciones) y cualquier otra regulación cuya vigencia le impida a los
políticos británicos alegar que las problemáticas que habrían gatillado la decisión
popular (inmigración, soberanía nacional y su condición insular diferenciada
del resto de Europa) han sido solucionadas...
Y en forma paralela, no habría que sorprenderse que se inicien las negociaciones con los Estados Unidos de América, que hasta la fecha, pese a que RU lo desearía, no cuenta con un TLC con la UE más que nada por la oposición de Alemania.
Y en forma paralela, no habría que sorprenderse que se inicien las negociaciones con los Estados Unidos de América, que hasta la fecha, pese a que RU lo desearía, no cuenta con un TLC con la UE más que nada por la oposición de Alemania.