domingo, marzo 10, 2013

¿Dónde están los gatos?



Dos veces al día, mis papis me sacan al parque. Marco mi territorio en los mismos árboles y en los márgenes de las veredas que rodean al jardín. Paseo un rato, olfateo frenéticamente, sigo rastros, defeco donde el olor me lo indica y sigo paseando. De vez en cuando, me encuentro con mis amigos. Uno de ellos es Ringo. Un galgo marrón, saltarín y juguetón que siempre anda suelto y acude al llamado de su dueño cuando se distancia mucho de él. Cuando lo diviso a lo lejos me pongo sobre mis dos patas para poder verlo mejor. Él es siempre el que se me acerca. Como yo estoy con mi correa no puedo alejarme mucho de mis papis. Pero cuando Ringo me ve, no pasan ni cinco segundos antes que sus veloces patas alargadas logren cruzar el inmenso parque que nos separa. Llega junto a mí, da brincos y corre alrededor mío. Me encanta su energía. Y aunque intentar alcanzarlo es una tarea imposible y agotadora, me pone muy feliz verlo.
 
Lo primero que me dice cuando llego es “¡vamos a jugar!, ¡vamos a jugar!” siempre agitado, indeciso y ansioso. “¿Me persigues?, ¿yo te persigo?...anda ¡diles que te suelten para ir a jugar!”. Pero ayer sábado en la tarde lo primero que me dijo fue “¿y ya viste al gato?”. Mi lengua se escondió en mi boca cerrada. No quería que se diera cuenta que todavía no sigo sin saber qué cosa es un gato. “Eh…sí”, le respondí inseguro y suplicando que no me hiciera más preguntas. La última vez que nos habíamos visto, Ringo me comentó que en la tienda del señor Augusto hay un gato blanco que siempre custodia los sacos donde se almacena la comida balanceada que nuestros papis nos compran. “Es un felino despreciable”, me dijo. “Esos pobres remedos de tigre son lo único que me ponen de malas”. No quise que Ringo descubriera que persistía en mi añeja ignorancia, porque cuando alguna vez, le pregunté con ingenuidad “¿qué cosa era un gato?” se puso patas arriba y se revolcó en el jardín del parque con su larga lengua escapándose relajadamente por un costado de su hocico, riéndose de mí y gritando “que gracioso eres Mojito…” me decía, como si hubiera hecho una broma adrede.
 
En la veterinaria, encerrado en un canil contiguo al mío, mi amigo Lucas (que como yo, también es un westie) me dijo lo mismo mientras esperábamos que nos cortaran el pelo. “Los gatos son cínicos, antipáticos, desleales, calculadores e inescrupulosos”. Como no conocía ninguna de esas palabras (que sonaban muy feas) preferí no opinar y evitar así la misma vergüenza que pasé con Ringo en el parque. Solo atiné a decir, “eh…sí”.
 
Esta mañana, volví a salir al parque. Y por segunda vez escuché algo que me preocupó mucho. “Mira un gatito”, dijo una chica. Yo le gruñí, pero antes que pudiera acercarme a pedirle explicaciones por el insulto, mi papi me jaló de la correa y me advirtió guardar la compostura. Mientras nos alejábamos, mezclaba en mis entrañas un cóctel de sentimientos. Me sentía humillado, molesto, indignado, pero también confundido, y sobre todo, preocupado. No era la primera vez que alguien me decía yo que era un “gato”. Anteriormente, una niña me había dicho algo parecido, cuando dirigiéndose a su mamá le dijo “mira un gato”. A veces, mi papi me dice Snarf y una vez viendo la televisión juntos descubrí que Snarf es el personaje de unos dibujos animados. Entonces mi papi me dijo "mira Mojito, un gato", y yo gire mi cabeza un poco de lado para observar. (también me dice "Lourdes", no se si existe un gato con ese nombre).

Yo siempre creí que era perro. Pero a veces, cuando suceden estas cosas, me pregunto, "¿acaso seré un gato?" Luego recuerdo a mi mami diciéndome “eres el perrito que siempre quise tener”. Entonces, vuelvo a estar seguro: "¡yo soy un perro!".  Además, si fuera un gato, Ringo y Lucas no quisieran ni hablarme y tal vez me perseguirían para atacarme, pues según me cuentan, eso es lo que hacen con los gatos. Así, reafirmo mi identidad canina.
 
¿Cuál será el gato del señor Augusto? Nunca lo he visto. Solo recuerdo que una vez que mi papi estaba comprando una bolsa de pan, sentí que algo blanco y peludo se me abalanzó sobre la espalda. Mi papi me jaló la correa y lo que aterrizaba cayó al suelo e inmediatamente después salió disparado por la puerta hacia la calle. Nunca lo llegué a ver bien, pero supongo que debió ser gato ese del que me contó Ringo.
 
Todavía soy joven (a penas tengo un año) y seguramente ya aprenderé qué son los gatos. Por ahora solo conozco (y me gustan) los perros. Cada vez que veo uno, me pongo sonriente y siempre me quiero acercar para jugar moviendo la cola. Algunas veces, mi papi no deja que me acerque a ciertos perros que, como yo, también tiene las orejitas paradas. No sé por qué me lo impide. Debo reconocer que estos perros tienen un comportamiento extraño y no son tan juguetones como los demás que conozco del parque. Cuando me ven, no mueven la cola ni tampoco tienen la intención de venir. Al contrario, se quedan muy quietos. Me miran fijamente, como estando alertas y su postura va cambiando conforme más me aproximo: sus espaldas se doblan, sus colas apuntan hacia el cielo, pareciera que se pararan sobre las puntas de sus patas y sus pelos se erizan. Cuando es de noche, sus ojos brillan. Pero lo más extraño, es que no huelen como los demás perros.
 
Mientras esa metamorfosis se presenta frente a mí, mi cabeza se tuerce un poco de lado al verlos y con mucha curiosidad –siempre sonriente- me sigo acercando e intentando invitarlos a jugar con mi cola que parece un limpiaparabrisas. Pero mi papi me jala de la correa y tengo que alejarme. Entonces, camino en la dirección opuesta del extraño perro, pero sin dejar de mirarlo con intriga. Creo que tal vez ellos tengan la respuesta. Así que apenas pueda, me acercaré a estos perros raros para preguntarles. De repente ellos puedan decirme ¿dónde están los gatos?

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y tb cuentamelo todo... y exagera!