Sentado, mirando a la nada y esperando a que la lluvia caiga y me golpee la cabeza llena de pelusa que antes solía ser cabellera. Siguiendo de reojo a las negras nubes que amenazan con eclipsar un radiante sol de mediodía. Sin saber de dónde, llegó sin avisar. No cómo ni por qué. Solo sé que fue sin palabras o frases memorables, sin rostro. Mi boca no albergaba voz y mi voz carecía de aliento. Mis oídos eran sordos. Entonces, me volví ciego… en trance.
Cuando algo empezó a mover mi alma. Quizás el fuego de un dios inventado que me hacía arder las entrañas. Mi mano se movió y escribió en el aire una sola palabra. Sin sonido, sin sustancia, sin sentido, sin secuelas… pura sabiduría para alguien como yo que no sabía de nada.

La imponente naturaleza se mostró ante mí, desnuda, sin tapujos ni vergüenzas. Mis oídos escucharon la sinfonía natural, copada de ritmos, melodías, armonías y timbres, formados por el canto de aves exóticas, el chirrido de grillos extraños, los enigmáticos truenos de la selva, las hojas que danzaban con el viento que no dejaba de soplar, el caudaloso río que luchaba por salir de su cauce, las cascadas que golpeaban las rocas y hasta el lejano aullido de un perro sin dueño aparente.
Y sin quererlo, en un tono suave y melancólico, vibraron las primeras cuerdas templadas de una guitarra que no sé de dónde había salido. Mis dedos, ingobernables, bailaron sobre esos trastes al ritmo marcado por toda la naturaleza que me rodeaba. Y encontré mi voz que resucitaba cantando más fuerte que nunca, viéndose opacada solamente por los esporádicos zumbidos de intrépidos mosquitos, abejas y zancudos, que me acompañaban haciendo coros…
Y así el tiempo pasó tan súbitamente, que frente a mí floreció una orquídea silvestre y en ella una mariposa blanca se posó a descansar sus alas, transmitiéndome una paz tal, que supe que había llegado el momento de volver a ser silente.
Cuando lo hice, no se cuánto tiempo había pasado o cuántas canciones había robado de mi entorno antes que alguien más lo hiciera. Lo único que sé, es que así como vinieron, se fueron, desaparecieron. No se dónde, cómo ni por qué. Y solo sé que me dejó sin palabras o frases que recordar. Sin mostrar su rostro. Mi boca fue nuevamente castrada de voz, y a mi voz se le volvió a amputar el aliento. Otra vez quedé sordo y aquella perfecta creación quedó donde pertenecía: en la naturaleza que me la había dejado de gozar por algunas horas y que, en forma egoísta, no podré compartir con algún ser humano jamás…
¡Qué le vamos a hacer! Caballero, así es el fútbol.
¡Qué le vamos a hacer! Caballero, así es el fútbol.
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y tb cuentamelo todo... y exagera!