Algunas cosas nunca volverán a ser como antes. Un solo invento, la imprenta, fue el motor que impulsó el inicio de la Edad Moderna. Tres siglos más adelante una horda de parisinos hastiados tomó la prisión de la Bastilla y estalló la Revolución Francesa, marcando el inicio de la Edad Contemporánea.
Al igual que ambos hitos históricos que identifican el inicio de una nueva Edad de la Historia, en estos últimos años, dos siglos después, ha ido madurando un nuevo cambio, igual de relevante que los anteriores. Y tal vez, esta pandemia quede estigmatizada como un punto sin retorno que quedará registrado en la enciclopedia del Siglo XXI por excelencia: Wikipedia. Llegó la «Revolución de los Balcones».
En el 2019 se inició una crisis sanitaria global que obligó a la Organización Mundial de la Salud a declarar[1], que el coronavirus causante del Covid-19 cambió de una situación de epidemia a pandemia al extenderse en más de cien países del mundo de manera simultánea.
Estado tras Estado fueron decretando cuarentenas y cerrando sus fronteras, algunos más tarde que temprano. En lugar de guerras mundiales, hay aislamientos sociales de alcance mundial. Algo sin precedentes.
Para el juzgamiento futuro, se recordará que pese al nivel de infectados en los Estados Unidos, que ya alcanzó el record del país con más casos confirmados, este ha sido el Estado que se está tardando más de lo necesario en adoptar medidas semejantes. A la fecha en que se escribe este ensayo, Donald Trump aún no ha declarado una cuarentena obligatoria ni ha cerrado sus fronteras. Ha decidido privilegiar el comercio frente a la salud, más allá de un equilibrio razonable[2]. No obstante, Oficina del Médico Forense de la ciudad de Nueva York encargó construir a las afueras del Hospital Bellevue en Manhattan una morgue improvisada como reflejo de la proyección de muertes por coronavirus en la ciudad.
La reducción repentina de personas que trae consigo el virus, es necesaria para restablecer equilibrios ecológicos[3] pero no derivará en el exterminio total de nuestra especie. Sí será, en cambio, un duro castigo que la madre naturaleza nos hará sentir con severidad. La punición del ser humano no se limitará al estrés emocional de vernos encerrados como animales en un zoológico, mientras los otros animales recobran sus espacios, finalmente libres. Si le redujimos el hielo a los osos polares limitando su espacio para vivir, si nuestra deforestación eliminó el hábitat de millones de especies y si los mares se ahogan en toneladas de nuestro plástico; la retaliación natural también afectará lo que más necesitamos para vivir: la economía.
Trump lo sabe, pero su narcisismo le impide reconocer que no existe fuerza más ingobernable que la de la naturaleza. Por ello, preferir el comercio antes que la salud en esta coyuntura y con base en un frío cálculo de «muertes humanas versus rentabilidad comercial», no solo es inhumano, sino que es un despropósito.
En los demás países que de modo responsable adoptaron una postura más conservadora y tuitiva con la población mundial, el aislamiento social comienza a promover el encuentro de lazos comunes con un nuevo mundo. Uno en el que China, que comercialmente dejó de ser actor invitado hace tiempo, también ganará protagonismo en otros ámbitos más allá de lo económico. Cada vez seremos más cocientes de que todos formamos partes de la misma especie.
Durante la «Revolución de los Balcones», en los países latinos más devastados de Europa (Italia, España y Francia) los que se atrincheran a conciencia en sus casas para combatir el virus, y se resisten a dejar su bastión de protección sanitaria; empezaron a compartir aires de esperanza entre los balcones. Primero, en Italia, los tenores salen a cantar animando a sus vecinos durante la cuarentena. Desde ahí se aplaude, se mira, se escucha, se interactúa con el barrio… pero siempre protegidos: en la calle, desde casa. Y como no podía ser de otro modo, todo se transmite en las redes sociales. Esto último permitió que la práctica fuera seguida por muchos otros cantores de Europa. El Perú urbano y nuestra Lima copada de nuevos edificios con balcones y ventanas a la calle, no fue la excepción.
En el combate contra el virus, también fueron contagiadas, en distintos países, otras formas de espontánea expresión social: aplaudir y saludar a los empleados públicos que recogen los residuos sólidos, los médicos y técnicos en medicina, la policía municipal y del gobierno central, así como a fuerzas armadas. ¿Será una nueva costumbre o una de las tantas moditas efímeras (#trending) que caracterizan el modelo vigente de consumo de información?
De cualquier modo, nadie se sorprende por la armonización de estas conductas, de manera orgánica y descentralizada. Es tan usual que esto suceda que lo damos por sentado. Preparándonos para entrar en la «sociedad del conocimiento», los avances tecnológicos de los últimos años también han sido revolucionarios. En definitiva, los desarrollos que más han contribuido con el nuevo cambio al que nos enfrentamos, son los relacionados a la genética y la inteligencia artificial (IA). En una segunda banda, los acompañan otras tecnologías disruptivas como blockchain, big data o las impresiones 3D. El uso de aplicativos y redes sociales han permitido intensificar la interacción entre los actores de la sociedad promoviendo la atmósfera adecuada para el surgimiento de nuevos movimientos sociales, como por ejemplo, el empoderamiento de la mujer, o la cada vez más palpable preocupación por el medioambiente y el amor por los animales.
Y aunque sin armas, como cualquier revolución, la de los balcones también cobrará víctimas. Pero las víctimas del Covid-19 no serán solo humanas, sino también económicas. El impacto de la pandemia en el comercio será tan catastrófico, que este evento también será recordado por ello. El frenazo productivo y comercial en casi todo el globo, nos sumergirá en una crisis económica de escala mundial que obligará a repensar nuestras costumbres comerciales, encontrar la oportunidad de promover actividades amigables con el medio ambiente y dejar atrás viejas prácticas de producción más contaminantes. “Y de pronto un buen día, una fuerza superior decidió apretar el botón de REINICIO de todo el planeta… y todos empezaron de cero”, escribirá algún día un literato del Siglo XXII (veintidós) en alguna de sus novelas históricas.
La cadena de pagos se quebrará y muchas empresas, sin poder cubrir sus costos, saldrán del mercado. Veremos Estados tentados a resguardar los intereses de las industrias locales y reforzarán los controles en frontera. La desglobalización cobrará vigor en un contexto en el que las economías asiáticas comienzan a dominar el planeta.
Para resurgir con mayor velocidad habrá que estar en alguno de los sectores esenciales para la vida: salud y alimentos. Y, como es lógico, también reflotarán (con menor lentitud) los modelos de negocio que tengan una inversión relativa menor y que no tenga que someterse a controles fronterizos. Vale decir, los negocios basados en nuevas tecnologías, cuya intensidad en uso se acelerará aún más.
Para evitar futuras aglomeraciones en un mundo traumatizado por la pandemia, el comercio electrónico y el teletrabajo serán impulsadas con esmero por los gobiernos, empresarios y consumidores de todo el mundo. Durante la primera semana de cuarentena, el gasto promedio de e-commerce se elevó en 49% (Fuente: Diario Gestión, 29/03/2020) y el Gobierno Peruano ha emitido una serie de medidas que promueven el teletrabajo.
Esto a su vez, le dará un respiro a la tan golpeada economía y al casi desahuciado medio ambiente[4], pues reducirá costos laborales, los traslados improductivos y las emisiones de CO2.
La teleeducación ya empieza a proliferar durante la cuarentena y en el corto plazo la telemedicina transitará por el mismo sendero. Ante la percepción del cuerpo como portador permanente de un agente patógeno, el contacto material será cada vez menor y paulatinamente será reemplazado por el relacionamiento digital a todo nivel. Veremos cambio en algunos hábitos: menos viajes contaminantes, más cadenas de suministro locales, más paseos y ciclismo.
El cambio de la Edad Moderna a la Edad Contemporánea se produjo desde años antes de la Revolución Francesa y continuó por muchos años después y en forma totalizante hasta la actualidad, pese a que, desde hace no mucho más atrás de veinticinco años, se viene preparando el cambio a una Edad Post-Contemporánea (o Edad del Conocimiento). Este antecedente nos permite suponer que es muy probable que en los próximos años persistamos en mantener nuestro estilo de vida actual. No sabemos cómo podrá llegar a ser más adelante, pero podemos concedernos una licencia para imaginar: los cines reducirán la cantidad de sus butacas, con lo que los precios podrían volverse prohibitivos y desventajosa frente a competidores tan agresivos como la TV Online, a menos que mejore su oferta como un servicio exclusivo. Las reuniones se realizarán en amplias salas con sillas más separadas, lo que podría redundar en un nuevo estilo de diseño que podría florecer como característico del Siglo XXI. Los gimnasios, peluquerías, restaurantes, etc.; requerirán sistemas que permitan reservar espacios de modo programado para evitar tumultos. Esto derivará en aplicativos de booking amigables y eficientes, para lo cual será indispensable la correcta gestión de datos, de los que se sirve la IA para poder funcionar.
Y la misma IA nos enseñará que las nuevas tecnologías también eliminan las distancias físicas. Por ejemplo, podría ser utilizada para ayudar a los cirujanos a realizar operaciones a miles de kilómetros de distancia del paciente mediante el uso de la robótica y la conectividad. Hoy en día ya se realizan diagnósticos y consultas médicas en forma remota.
Indefectiblemente se abrirá un debate sobre la privacidad de los datos y su vinculación con la seguridad nacional. Ya no se pretenderá proteger la privacidad a cualquier precio, sino de restringir (técnica, jurídica y políticamente) el uso de los datos que se recopilan y procesan.
Nuevamente la «Revolución de los Balcones» se erige como futuro recordatorio de que durante la pandemia 2019-2020, basados en un modelo de data privacy menos garantista, los países asiáticos gestionaron mejor la crisis que Occidente. En un artículo publicado en enero de este año (aquí) dimos cuenta de cómo China controla el comportamiento de sus ciudadanos a partir de la información obtenida por la infinidad de cámaras instaladas en las calles. Pues bien, resulta que toda esa infraestructura de vigilancia digital ha sido fundamental para contener la epidemia. El gobierno chino es capaz de conocer cada detalle, como por ejemplo, quién iba sentado en un tren determinado. Al salir de la estación de Pekín una cámara registra la temperatura corporal de los pasajeros y si detecta alguna elevada, las demás personas que iban sentadas en el mismo vagón reciben una notificación en sus teléfonos móviles.
Asimismo, Singapur realiza un seguimiento minucioso de contactos y publica datos detallados sobre cada caso confirmado (sin mencionar el nombre de la persona), mientras que Israel piensa usar los datos de ubicación de los teléfonos móviles (usualmente utilizados por el servicio de inteligencia para rastrear a los terroristas), para seguir a las personas que han estado en contacto con pacientes confirmados con el virus.
Sin ir muy lejos, la legislación peruana sobre protección de datos personales admite ciertas flexibilidades por razones de salud pública calificadas como tales por el Ministerio de Salud[5]. Asimismo, durante la crisis, se emitió un decreto de urgencia[6] que, entre otras medidas, dispuso la creación de un Sistema Integrado para la Gestión de la Emergencia Sanitaria COVID-19, el cual contiene la información centralizada de las bases de datos que se requieran para la priorización, asignación e implementación de acciones para la oportuna y adecuada asignación de recursos en el marco de la emergencia sanitaria.
No debería sorprender entonces, que sobre la base de una noción de seguridad nacional, los Gobiernos comiencen a exigir el suministro de datos revelen nuestras actividades y preferencias. Más pronto de lo esperado nos habremos acostumbrado a pasar por una revisión de temperatura corporal y de ubicación previa (¿registrarán nuestros movimientos?), para detectar si hemos estado cerca de personas infectadas o en puntos calientes de las enfermedades; como condición para ingresar a lugares indefectiblemente tumultuosos (como por ejemplo, una discoteca) o potencialmente peligroso (como serían los medios de transporte o las entidades públicas).
Todo este contexto y gracias al desarrollo de las comunicaciones entre pares y al empleo masivo de la digitalización durante este confinamiento mundial, se va gestando un nuevo contrato social de escala universal[7]. Algunos ya sugieren que “[e]ste nuevo orden mundial ha de plantear interrogantes severos sobre el futuro de la democracia y el desarrollo del capitalismo. También sobre el significado y ejercicio de los derechos humanos, tan proclamados como pisoteados en todo el orbe”[8].
El siguiente paso, es un natural constitucionalismo planetario “una conciencia general de nuestro común destino que, por ello mismo, requiere también de un sistema común de garantías de nuestros derechos y de nuestra pacífica y solidaria coexistencia”[9] Esta sería la atmósfera propicia para declarar el acceso a internet como un renovado y destacado derecho fundamental del Siglo XXI.
Y por supuesto, con todo esto y mucho más, no extraña que no extraña que ya se escuchen referencias a una «Generation C» («Generación C») para designar a los nacidos durante la pandemia.[10]
En estos días de cuarentena, debemos tomar conciencia de nuestro rol. Somos testigos de un cambio relevante en la historia de la humanidad y protagonistas de su hito distintivo: la «Revolución de los Balcones». Una revolución que no se gana con municiones sino resguardando la salud en casa, socializando la experiencia en las redes sociales, reproduciéndonos con la persona que tenemos al lado y saliendo a gritar nuestro amor al balcón; y cuando finalmente llegue el momento de recobrar las calles, saldremos para encontrar una nueva época…
[1] El día 11 de marzo de 2020.
[2] De nada sirve tener un comercio sano si todas las personas están enfermas. Pero mantener a las personas sanas en el largo plazo no es posible sin el comercio de alimentos o medicinas o la prestación de servicios de salud.
[3] Podemos entender al virus (que no califica como ser viviente) como un correctivo biológico que restablece el desbalance ecológico generado por la sobrepoblación del planeta con seres humanos humanos que, en principio, estaríamos diseñados para vivir menos años de que los que alcanzamos en la actualidad gracias a la medicina. Esta medida natural y extrema que surge por el bien del ecosistema planetario podría acelerar el proceso de aproximación hacia una nueva forma de entender las cosas más allá de los rituales tradicionales: la naturaleza como religión.
[4] Los aislamientos sociales (o cuarentena) han demostrado tener un impacto positivo en el medio ambiente. En Venecia, tras décadas de polución, agua cristalina vuelve a correr por sus canales. Se ha disminuido la contaminación del aire en lugares como París, Milán, Madrid e incluso Lima; y, la paralización de la industria y el transporte ha reducido las emisiones de CO2, tal como muestran los satélites. Desde este inicio del 2020 no seremos los seres humanos los que amenacemos a la madre naturaleza. Será ella quien nos reprenda por nuestra pésima actitud para con ella. Después tantos años en los que le hemos faltado el respeto a la flora, fauna, mares, tierra y aire, para sostener el contaminante estilo de vida del ser humano, todos los organismos vivos de la tierra se merecen un descanso y el Covid-19 se los ha dado obligándonos a estar en cuarentena.
[5] Ley N° 29733, Ley de protección de datos personales (Artículo 14)
[6] Decreto de Urgencia N° 031-2020
[7] CEBRIÁN, Juan Luis. Un cataclismo previsto. En: El País. 23 de marzo 2020. (aquí)
[8] CEBRIÁN, Juan Luis. Un cataclismo previsto. En: El País. 23 de marzo 2020. (aquí)
[9] CEBRIÁN, Juan Luis, citando a el filósofo del Derecho, profesor Luigi Ferrajoli, uno de los principales teóricos del garantismo jurídico. En: Un cataclismo previsto. En: El País. 23 de marzo 2020. (aquí)
[10] We realized that her child might be one of the first of a new cohort who are born into a society profoundly altered by COVID-19. We decided to call them. ED YONG. “How the Pandemic Will End”. En The Atlantic. (aquí)
Este caótico rincón desde donde se reivindica la LIBERTAD y se relatan historias, es un blog que hicimos xq no somos suficientemente buenos para ser publicados, pero sí suficientemente entusiastas para anhelar ser leídos...
lunes, marzo 30, 2020
LA REVOLUCIÓN DE LOS BALCONES
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