Ayer me subí una coaster de dos puertas. Es como una combi pero más grande. En el Perú tanto la combi, como la coaster son herramientas de trabajo popular que circulan por las calles urbanas con el objeto de maltratar a su carga (conformada mayoritariamente por pasajeros y bultos), se rige por sus propias reglas de tránsito (que casi nunca coinciden con las oficiales) y son fuente de inspiración una y de mil y un anécdotas que en su conjunto dan forma a la llamada “cultura combi”.
Subí por la puerta de bajada (como suele obligar el destartalado vejestorio) luego de haber trotado a paso ligero hasta la mitad de la cuadra (50 metros pasado el paradero) porque ahí se detuvo, con ágil y temeraria maniobra, el conductor que, dribliando baches y viejecitas con bastón, se hizo notar con el respetable rechinar de sus llantas desgastadas.
Cuando quise bajar, tuve que seguir el protocolo estandarizado en el negocio del transporte urbano limeño, para lo cual el cliente debe informar su deseo al cobrador con un “esquina baja”. Así de básico. Sin usar la preposición “en”, el artículo “la” o la expresión “por favor”. Másd que nada porque ninguna de estas tres cosas son entendidas por el cobrador quien en un arranque de confusión salvaje puede pasarse de largo el paradero deseado en perjuicio del pasajero.
Ser cobrador es un oficio extraño que solo conozco de su existencia en el Perú. No se requiere haber estudiado (nada), pues el conocimiento empírico basta. Leer y escribir tampoco es imperativo. Por lo general, se exigen tres requisitos mínimos para poder dedicarse a este necesarísimo trabajo (no entiendo cómo hacen en otros países sin su existencia): (1) muy mala educación, (2) habilidad matemática para dar el vuelto con algunos centavos de pérdida para el pasajero, y (3) un intenso gusto por la salsa y la chicha (que ahora los marketeros han renovado con el nombre de cumbia peruana). A veces, se exige un cuarto requisito: tiempo libre que deja su carrera de asaltante o malhechor de poca monta.
Como es costumbre, el cobrador me informó que la bajada sería por la puerta en cuya parte superior hay un sticker con letras rojas que emulando manchas de sangre dice “SUBIDA”. Rápidamente, y a tropezones, intenté atravesar la maraña de gente que cuelga de un tubo que atraviesa en forma longitudinal en el interior vehículo, que como su esófago guía el rumbo de los pasajeros que obedecen las “amables” instrucciones del cobrador que con “gentil delicadeza” los conmina a introducirse en las entrañas más profundas del hediondo vehículo con un “al fondo hay sitio pues… ¡Escolar!, colabora que estoy trabajando, si no te bajas”.
Cuando llegué, y luego de tantear mis bolsillos para revisar si alguien me había hurtado la billetera o el celular, vi a través de los vidrios de la puerta trasera que la esquina donde suele dejarme “el carro” (qasí se le conoce en el argot "comístico": "el carro") pasaba de largo. Recriminé de un extremo a otro al cobrador y me respondió “solo en el paradero, señor”. Esto me sorprendió pues no sabía que esa esquina donde siempre me obligan a bajar con un “aproveche los que bajan”, no era un paradero. Pero lo que más me sorprendió fue que ¡respetaran los paraderos!
La justificación del cobrador vino de inmediato. “Hoy es día de Santa Rosa de Lima…”. Cuando comenzaba a sentir cierta satisfacción porque pensé que estaba presenciando otro milagro de la “Patrona de la Américas”, el cobrador continuó hablando “los tombos están al asecho de su tajada”.
Con el nombre de tombo se le conoce al personaje nacional que se caracteriza por detener vehículos particulares con cualquier excusa mínima para poder beneficiarse de una “coima” o “mordida” (frutos ilétimos que no representan mayor esfuerzo post-cobranza para el beneficiario), mientras ven pasar ante sus ojos miles de infractores a las reglas tránsito, a la seguridad vehicular y al medio ambiente, sin tomarse la molestia de levantar una papeleta (o sanción), pues eso implicaría mucho papeleo y trabajo administrativo posterior. Algunos, también designan a los “tombos” con el nombre de “policía”.
En el Perú, pública y oficialmente se comenta que “no todos los policías son iguales y que lastimosamente por una minoría toda la institución se ha visto desacreditada”. Personalmente, confieso que yo he de haber tenido muy mala suerte porque siempre me he topado con esa minoría, y más bien, nunca conocí a un tombo que forme parte de esa mayoría (que ya no se si es ficticia o real)… Aunque si el discurso oficial dice que esa mayoría existe, pues entonces, ¡existe!
Al bajarme advertí que un patrullero estaba deteniendo a un micro (entiéndase: combi gigante) por haberse detenido en la esquina donde yo me quería bajar.
Cuando llegue a casa, entre a mi facebook y publique: Santa Rosita de Lima… ruega por nosotros… y muchos pusieron “Me Gusta”, pero nadie supo porqué lo publiqué, hasta ahora…